miércoles, 16 de febrero de 2011

Hablar de sexo


POR CARLOSE SEIJAS. Cuando hablamos de sexo usamos metáforas, no podemos nombrarlo directamente, incluso los genitales, nos cuesta llamarlos por sus nombres. Decir pene o vagina, testículos y clítoris es peor que decir malas palabras. No digamos hablar del acto sexual. Cuando tenemos que poner ejemplo lo más a la mano que tenemos es la metáfora alimenticia. Decimos por ejemplo que los enamorados “se comen a besos”, que el sexo es “rico” o incluso nos da “náusea”.

La exploración del propio cuerpo y sus placeres, así como la del cuerpo del otro y sus placeres, nos es prohibido y advertido desde cualquier púlpito como pecado. ¿Y qué del no fornicarás? Me preguntarán con razón. Pues yo os digo que no os hablo de fornicar, sino de hacer el amor. Podremos amar con el espíritu y con el alma pero ¿Y con el cuerpo? ¿Por qué nos es prohibido amar con el cuerpo? ¿No es el cuerpo el fin primero y a la vez el último en el que se manifiestan los grandes principios del Creador?

Si el sexo estuviera limitado exclusivamente a la reproducción, una vez pasada la menopausia en la mujer ¿Ella debería de excluirse de la vida sexual? Vemos que no es así. Que el sexo nos persigue hasta nuestra muerte. Así como se nos educa en los grandes saberes de cómo alimentarnos y cómo respirar, qué debemos leer, ver, escuchar e incluso pensar, ¿Por qué no se nos educa en cómo debemos amar con el cuerpo?

El sexo es sucio, nos dicen sin pensarlo dos veces. Si algo me ha enseñado el psicoanálisis es que quien ve en el sexo algo sucio, es porque aún maneja una sexualidad infantil. Pues para un niño sus genitales sólo tienen un uso: el de excretores. Es decir, la eliminación de lo que el cuerpo no necesita. Por supuesto que nuestras excreciones las vemos como sucias, aunque el excremento sirva de abono y la urea como nutriente a las plantas.

No son sucias, pero si recordamos, de niños nos dicen que esas cosas no se tocan porque son sucias y por ende de donde salen son sucias también. Una vez desarrollamos y nos damos cuenta de que los genitales no sólo sirven para excretar, nace algo que adormecía en el niño: la culpa. Si son sucios, todo lo que se haga con ellos, es por lógica sucio; y lo complejo deviene en que cuando tenemos una unión carnal, ésta nos da un placer que no habíamos experimentado con ninguno de nuestros apetitos. La culpa propia de occidente nos perseguirá toda la vida.

Estas líneas no son una invitación a la fornicación, sino a darnos un tiempo de meditar sobre un apetito propio de nuestro cuerpo que nos ha sido vedado, negado y hasta culpado. Recordemos que ya el maestro Pitágoras nos había hablado de la media dorada, hacia eso apuntan mis humildes argumentos, así sí hemos sido dotados de dicho apetito hay que aprender a mesurarlo o manejarlo y no sentir culpa por los placeres que nos regala.







•Si la sexualidad ha sido y sigue siendo centro de fascinación para el ser humano es porque pocas han sido las culturas que le han dado su debido lugar y aprecio.
•No sin razón estos últimos dos mil años de dominio occidental del cristianismo, han recaído en la obtusa visión de personas individuales que han vertido sus complejos haciéndolos pasar por ley de Dios.
•Es casi obligatorio un celibato mental en torno al sexo que nos impone la cultura occidental.
•En las familias no se habla de ello, más es uno de los productos de mayor consumo y complejas manifestaciones: desde la zoofilia, la coprofilia, el masoquismo, la pedofilia, etc.; formas que han ido tomando el vedado tema.

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